No trabajéis jamás
Crítica al trabajo en Francia de Charles Fourier a Guy Debord
Alastair Hemmens
Préfacio de Anselm Jappe para la edición francesa
Hubo una época, -una larga época que dura casi dos siglos - en la que decir "emancipación social" o "emancipación de las clases trabajadoras" o simplemente "emancipación del trabajo” era idéntico. Los movimientos de emancipación -o el "movimiento obrero" a secas - criticaron y querían a ratos abolir la explotación, el capital y la propiedad privada de los medios de producción, e incluso, al menos en sus franjas radicales, al trabajo asalariado y al dinero. El trabajo, en cambio se encontraba opuesto al capital. En todos lados suponía constituir la esencia del ser humano incluyendo al proletariado quien era su portador y la quintaescencia.
Incluso las corrientes “heterodoxas" del marxismo, los disidentes, los comunistas de izquierda, los consejistas, y la ultraizquierda no hacían excepción, y la gran mayoría de los anarquistas tampoco. A lo largo de los siglos XIX y XX, no encontrábamos protesta contra el culto al trabajo, que entre algunos "utopistas" (principalmente Fourier) en los escritores y artistas, como aquellos de la "bohemia" francesa de la "Belle Époque" y las avant-gardes artísticas sucesivas, sobre todo, en los surrealistas y algunos espíritus originales (Paul Lafargue es el ejemplo más conocido, pero también en Nietzsche en algunas de sus observaciones) y, finalmente en los situacionistas. No es más que después de 1968 que el dios trabajo comienza a vacilar un poco dentro de la conciencia común, y es necesario aún esperar el comienzo de un nuevo milenio para que una "crítica del trabajo" devenga finalmente un poco más audible.
Es entonces un primer gran mérito del libro de Alastair Hemmens de trazar la historia de la crítica al trabajo -de la crítica argumentada y formulada en términos teóricos, porque el rechazo práctico del trabajo es todavía otra historia. El estudio del autor se limita a Francia, lo que por otro lado se justifica por el hecho que Francia ha contribuido a esta crítica más que cualquier otro país, incluso si ello no valga lo mismo en la práctica. Los autores que Hemmens examina son bien conocidos y a veces incluso en algunos medios, objeto de una verdadera veneración. Lo que conmociona de este libro es la gran erudición, perceptible también en su vasta bibliografía: el autor ha tomado cuidado de leer todo el corpus, o casi, de autores como Fourier, y no solamente los extractos canónicos - condición esencial para decir algo nuevo. No se trata de un panfleto más contra el trabajo, sino que de un estudio muy rebuscado y detallado - que es al mismo tiempo, hay que señalarlo, siempre agradable para leer y siempre claro en su argumentación.
Hemmens no se limita a sacar a la luz aquellas figuras largamente marginalizadas del pensamiento social - él las somete al mismo tiempo a una crítica lúcida. Son críticas fraternales, pero firmes, sin complacencia ni heroización. El distingue claramente entre diferentes formas posibles de una crítica del trabajo, que no llevan todas a las mismas conclusiones ni se aplican necesariamente. Por lo esencial, Hemmens muestra que casi todos los autores en cuestión, bien lejos de estar demasiado "radicalizados" no van demasiado lejos dentro de su crítica al trabajo. Superando la simple cuestión del trabajo explotado y alienado ellos no han llegado verdaderamente a una crítica "categorial" del trabajo, limitándose a menudo a una crítica "empírica" o " fenomenológica".
La meta-crítica de Hemmens, es decir su crítica de las críticas del trabajo se funda ella misma en la "crítica del valor": enfoque que, retomando los aspectos esenciales de la crítica a la economía política de Marx, parte del análisis del valor y de la mercancía, del dinero y del trabajo en su doble naturaleza -concreto y abstracto-. Esta corriente internacional ha sido desarrollada por las revistas alemanas Krisis y Exit!. Y su autor principal, Robert Kurz a partir de 1987, así como por Moishe Postone en los Estados Unidos dentro de los mismos años.
No es por menos importante el mérito de la obra de Hemmens de dar la introducción, un resumen denso, claro y rico de los puntos centrales de la crítica del valor, y principalmente de su concepción del trabajo abstracto -una categoría tan importante como difícil a entender. Esta larga introducción constituye un ensayo completo. Hemmens se refiere a menudo a la distinción establecida principalmente por Robert Kurz entre un Marx "exotérico" (el teórico de la lucha de clases) y un Marx "esotérico" (el teórico del fetichismo de la mercancía por decirlo en pocas palabras). La diferencia fundamental entre el lado abstracto del trabajo (el "trabajo abstracto") y el lado concreto del trabajo (el "trabajo concreto") pertenecen al Marx esotérico[1]. Sin embargo en lo que concierne al status de trabajo, el propio Marx es inseguro, ambiguo: el trabajo es una "necesidad eterna" es idéntico al "metabolismo con la naturaleza" o pertenece el esencialmente a la modernidad capitalista? Para Hemmens, como para toda la crítica del valor, resulta necesario refutar una concepción ontológica, transhistórica del trabajo que él identifica a la actividad productiva en tanto que tal. La cuestión no es que la fatiga estaba ausente en las sociedades precapitalistas, sino que no había una separación entre una esfera del "trabajo" y una del "no trabajo". Numerosas investigaciones en antropología justifican la justicia de esta "desnaturalización" de la categoría del trabajo. Es necesario cuestionar todo trabajo y no solo el trabajo "alienado" o "explotado". Lo que llamamos como "trabajo" es siempre nocivo en tanto que forma social, independiente de su contenido particular: se trata inevitablemente de la supresión de las cualidades específicas que caracterizan las actividades y sus resultados. El fondo de todo trabajo es el "trabajo abstracto". Este enfoque no quiere defender el valor de uso o el trabajo concreto en un sentido transhistórico que serían simplemente pervertidos por el capitalismo. Aquí Hemmens domina con maestría temas que a menudo tienen dificultad, incluso entre los críticos más sofisticados del capitalismo.
El autor distingue entonces, entre dos formas de criticar al trabajo dentro de la sociedad capitalista. La crítica “categorial” un término sacado de Kurz tiene por objeto la distinción entre trabajo y no trabajo, en tanto que tal e indica que, en el capitalismo, toda actividad que se presente como “trabajo” no es más que el alimento del capital. Que él sea útil o inútil, agradable o embrutecedor, explotado o autogestionado, artesanal o industrial, material o inmaterial, puede tener sus importancias, pero esas distinciones, son secundarias en relación al hecho que se trata de trabajo abstracto, de un simple gasto de energía humana medida por el tiempo y que otorga el valor de una mercancía, valor que se materializa en seguida en una suma de dinero. Es la indiferencia de este trabajo por todo contenido y por toda consecuencia, y su separación en relación al resto de la vida, que constituye su potencial destructivo.
Las condiciones concretas del trabajo (la remuneración en principio, la duración la protección, etc.) siempre han constituido el centro de las reivindicaciones del movimiento obrero. Pero jamás se cuestionó la “necesidad” de trabajar. Al contrario, se le reprochaba sobre todo a los burgueses de no trabajar y se iba hasta la caza de los “parásitos” que eran los aristócratas o los gitanos, los especuladores o los judíos. Como venimos de decirlo, el rechazo al trabajo no ha sido formulado más que por individuos aislados y artistas. Desde algunos años, con la propagación de una actitud más desilusionada hacia el trabajo, el interés y la simpatía para esos refractarios ha progresado bastante. Es remarcable que Hemmens no se proponga contribuir a una leyenda dorada, sino que muestra igualmente los límites y las contradicciones de sus enfoques. Así, él constata dentro de todos los autores, la ausencia de una verdadera crítica del rol social del trabajo y de una crítica “categorial”.
Incluso los surrealistas rechazaban sobre todo el trabajo ”no libre”. Por supuesto, no se trata de reprochar a Fourier o a André Breton, de no haber sido “críticos del valor” avant la lettre y no haber meditado (o conocido) en detalle el primer tomo del Capital. Por tanto, la diferencia entre riqueza abstracta y riqueza concreta, por ejemplo, puede ser tomada incluso sobre un plano un tanto intuitivo -y Lafargue como lo señala Hemmens o los surrealistas, a veces la rozan. Los situacionistas aún más. Esas intuiciones no cambian sin embargo el dato principal: sus críticas del trabajo seguían siendo “empíricas” o “fenomenológicas” en el sentido que ellas parten o de un rechazo subjetivo y personal del trabajo o de un deseo de reemplazar al trabajo por máquinas. Es más bien, por tanto “la fatiga” que se ve rechazada aquí y no la función social del trabajo (así, una fábrica de pesticidas completamente automatizada es igualmente nociva que la misma fábrica usando al trabajo viviente y sus productos pueden igualmente expulsar del mercado a productos mucho más útiles pero que contengan una menor ganancia). Evidentemente la crítica “empírica” y la crítica “categorial” del trabajo no se excluyen y a menudo se mezclan. Pero la justa apreciación de las críticas del trabajo analizadas aquí, y sobre todo de su importancia para el presente y el futuro, debe señalar también sus debilidades. Aquí como en otros lados, se mantiene válida la afirmación de Marx que el servicio más grande que la teoría pueda rendir al movimiento real es de criticar sin piedad sus debilidades.
En las presentaciones y análisis de sus autores, Hemmens se muestra muy justo. Así, el pone en evidencia las ambigüedades de Fourier, su antisemitismo visceral, así como el hecho que éste no quiere verdaderamente abolir el trabajo. Al contrario, en los Falansterios se trabaja enormemente -con la sola diferencia que el trabajo ahí no es “repugnante” sino que deviene “atractivo”. Hemmens califica eso de revolución “en el adjetivo”. Fourier se mantiene entonces, en un marco productivista, y no es sorprendente entonces, de encontrar elementos involuntariamente precursores de determinadas formas del trabajo actual, como las empresas que pretenden que es un placer trabajar para ellas. Sin embargo, Hemmens recuerda también, sus aspectos geniales, con el hecho, bastante importante, que la utopía de Fourier no presupone la creación de un “hombre nuevo” sino que pretende también poner los lados del hombre reputados como negativos al servicio de la comunidad utópica.
Hablando de Paul Lafargue, Hemmens pone en relieve la actualidad de sus invectivas contra la complicidad de numerosos trabajadores con sus patrones: es todo lo contrario al “somos el 99%”. El señala la influencia de los anarquistas franceses de comienzos de siglo, sobre los surrealistas y presenta textos poco conocidos de Tristan Tzara y de Louis Aragon que no han sido siempre adoradores del proletariado y de su gran jefe que hemos conocido…
El estudio presenta a los situacionistas como punto de convergencia entre la crítica marxista y la crítica surrealista-poética, en donde el “no trabajéis jamás” que el joven Debord traza en 1952 sobre un muro de París deviene central. Pero Hemmens indica también algunas limitantes de La sociedad del espectáculo principalmente, ahí en donde Debord identifica las sociedades premodernas con una situación de penuria permanente que llevaría cíclicamente hacia el límite de la supervivencia (mencionado igualmente el gasto gozoso de los excedentes en la fiesta). Esta visión ha sido puesta en duda por la antropología cultural. Después de la explosión de 1968, un rechazo al trabajo se ha expandido -tímidamente- en algunas franjas contestatarias, particularmente en la ultraizquierda, a menudo influenciada por los situacionistas. Hemmens le da atención sobre todo al grupo poco conocido de l’Union ouvrière, activo hacia la mitad de los años 1970 en tanto que escisión de la Lutte ouvrière. Ella propugnaba la abolición de la “esclavitud asalariada” y ha evolucionado luego hacia la naciente Autonomía obrera. Un poco más tarde, Jean Marie Vincent ha abierto una reflexión importante con su libro Critique du travail (1987) que ha influenciado a André Gorz. Este en sus últimas obras ha pasado de la búsqueda de un trabajo “alternativo” a una crítica categorial del trabajo, influenciado abiertamente por la crítica del valor.
La crítica del trabajo entretanto ha devenido el objeto de diferentes recuperaciones. Por supuesto, muy a menudo el culto al trabajo ha continuado siendo casi tan obligatorio como lo era el culto a Dios en los tiempos pasados. Pero dado que la “sociedad del trabajo” no tiene más trabajo que proponer, y que el trabajo que ella propone es a menudo insoportable(los ”bullshit Jobs”), una visión más desilusionada del trabajo comienza a expandirse, con resultados a veces paradójicos. Algunos “enemigos” del trabajo caen en la tecnolatría y esperan el advenimiento de una sociedad en donde las máquinas hagan todo en nuestro lugar -lo que sería por tanto otra forma de alienación capitalista. Otros creen que el recurrir al Estado social y a la asistencia pública podría permitir para siempre eludir a la tiranía del trabajo o que el capitalismo, bajo la forma de “renta universal garantizada” pagará a la gente por no hacer nada. Ellas son, formas de evitar la crítica categorial del trabajo.
Es, a veces, el mismo capital quien finge criticar al trabajo. Hemmens cita ejemplos contemporáneos muy reveladores en donde formas pretendidamente “nuevas” de trabajo son presentadas como una superación del trabajo. El vasto fenómeno de la recuperación de las formas modernas de la contestación por las lógicas del capital puede aplicarse también al rechazo del trabajo. El “nuevo espíritu del capitalismo” del que Hemmens cita ahondando en el análisis de Luc Boltanski y Ève Chiapello, trata de fundamentar sobre todo los “ejecutivos” sugiriéndoles que ellos se “realizan” a través de su trabajo.
Todo sería entonces recuperable, incluyendo la crítica al trabajo?
Hemmens duda. Él termina su obra, en efecto, con una defensa apasionada de la importancia de esta crítica. Esperemos que este libro afecte lo más posible a la sociedad del trabajo.
Traducción: Emilio Guzmán L.
[1] La toma de esas consideraciones de Marx, que incluso en él están dejadas en estado de bosquejo, ha escapado durante el primer siglo después de su publicación a casi todos los marxistas. Incluso a aquellos que han querido afrontar la cuestión(el joven Lukacs, Isaac Roubine, Theodor W. Adorno) no lo han tomado más que en parte. Fue necesario esperar hasta 1968 para que autores tan diferentes como Guy Debord, Freddy Perlman o Lucio Colletti comenzaran a repensar el concepto de "trabajo abstracto".
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