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El maestro del tiempo. Semblanza de Moishe Postone
(1942-2018)

Por Juan Diego González Rúa y Facundo Nahuel Martín

de: Intersecciones 

 

   Moishe Postone ha muerto. Escribimos este artículo para recordar a este intelectual desafiante y radical, el más importante que haya producido el marxismo en décadas. Postone se aventuró a ser un intransigente lector de Marx a contrapelo del sentido común dominante de nuestro tiempo. Su libro principal, Tiempo, trabajo y dominación social, fue publicado en 1993, cuando los vientos triunfalistas del „fin de la historia“ querían barrer la crítica radical del capital del horizonte de lo pensable. Su escritura difícil, abstracta, poco concesiva con el lector, nos parece en sí misma un gesto político. Postone nos enseña a trascender el inmediatismo bobo de la experiencia cotidiana para fijarnos críticamente en las categorías sociales objetivadas que organizan nuestra vida, empezando por el valor, el trabajo y la mercancía. Después de Postone no podemos volver a pensar nuestro mundo social sin asumir ese punto de partida indispensable que es la crítica radical del capital y sus categorías sociales mediadoras, estructuradas por y estructurantes de la vida de las personas en la sociedad moderna. Nos tocará a otros, seguramente menores en talla, caminar sobre la huella abierta y volver sobre las infinitas implicancias de la lectura categorial de Marx y la crítica históricamente determinada del capital. La deuda intelectual y política que nos mueve a hacerlo es infinita.

   Postone nació en 1942 en una familia judía de Canadá. En 1983 obtuvo su doctorado en la Universidad Goethe en Frankfurt, y más tarde se volvería catedrático en Chicago. Su trabajo académico giró en torno a problemas de historia intelectual europea, en particular sobre la teoría crítica de la sociedad, pero también hizo contribuciones importantes a la comprensión y la crítica del antisemitismo moderno, entre otras cosas. A continuación, intentamos reconstruir algunos puntos importantes de su pensamiento y destacar su importancia a la luz del contexto en que vivimos.

   Su proyecto teórico no es la “defensa” del marxismo en su interpretación tradicional. Por el contrario, nos lega una reinterpretación categorial radical e innovadora del pensamiento de Marx. Creemos que la actual “crisis del marxismo” tiene varios ejes: la emergencia (o renovada atención prestada a los “nuevos movimientos sociales” y el descentramiento de la clase trabajadora como sujeto privilegiado del conflicto y el cambio sociales; la crítica al totalitarismo de las experiencias autodenominadas comunistas (que se extiende a una sospecha de que tal vez el totalitarismo sería inherente al marxismo como tal); el cuestionamiento del marxismo como un eurocentrismo teleológico y progresista; la crítica al marxismo como una filosofía productivista y tecnocrática incapaz de superar el tipo de relación depredadora con la naturaleza que caracterizó a las filosofías de la modernidad. Frente a todos estos puntos, el pensamiento de Postone ofrece claves de reinterpretación significativas e importantes, que permiten volver a situar al pensamiento versado en Marx como un paradigma vital y relevante en la interpretación crítica de nuestro tiempo. En la relectura de Postone, el pensamiento de Marx constituye una crítica inmanente e históricamente determinada de la dominación social capitalista. Esta crítica no se detiene en la economía ni exclusivamente en la lucha de clases, sino que se fija en las formas de mediación social que caracterizan a la modernidad constituida. No se trata de una crítica de la explotación desde el punto de vista de la clase trabajadora, apuntalada sobre una idea ontológica frente al trabajo, sino, por el contrario, de una crítica que recae sobre el trabajo capitalista como tal. El pensamiento de Postone es, en definitiva, uno de los últimos esfuerzos intelectuales serios por formular una teoría global de la sociedad moderna y su forma temporal, capaz de dar cuenta tanto de sus formas opresivas como de sus potencialidades liberadoras.

La crisis del trabajo, las formas de mediación social y el problema del sujeto

   Una gran paradoja parece atravesar la discusión actual sobre el rol del trabajo en la sociedad capitalista. Por una parte, el trabajo sigue siendo el principal articulador social de nuestro mundo. Trabajar significa participar plenamente del nexo social, estar integrados a la vida colectiva. El intercambio de trabajo y mercancías organiza y motoriza el gigantesco aparato social capitalista. En este sentido, el capitalismo permanece indefectiblemente como la sociedad del trabajo. Sin embargo, el trabajo como articulador social y como eje de los conflictos sociales está doblemente en crisis. Por lo menos desde los años 60, las agendas teóricas y políticas de la izquierda no pueden considerarse como centradas en el trabajo, ni tienen en la clase obrera en sentido tradicional a su sujeto único ni privilegiado. Nuevos movimientos sociales como el feminismo, el movimiento LGBTIQ, el ambientalismo, las luchas antirracistas y anticoloniales, los movimientos de desocupados, entre otros, han cobrado un protagonismo tanto o más importante que el de los trabajadores asalariados. Las preocupaciones subjetivas de las personas no se definen exclusiva ni prioritariamente en torno al trabajo y sus condiciones. En ese sentido, hay una crisis del trabajo como articulador de las demandas y los conflictos sociales. En otro nivel de análisis, la crisis del trabajo se relaciona con la creciente incapacidad del capitalismo para reproducir todos sus presupuestos sociales. La sociedad del trabajo se ve desfasada con respecto a sí misma cuando el cambio tecnológico, propulsado por la propia dinámica del capital, expulsa a más y más personas del mercado laboral. En varios sentidos, por lo tanto, vivimos una crisis de la sociedad del trabajo, porque aparecen otras luchas y demandas subjetivas, porque más más y más personas se ven expulsadas del mundo laboral y porque la valorización capitalista enfrenta dificultades para mantenerse.

   Frente a los problemas descriptos arriba, Postone propone un complejo rodeo teórico. No parte de los sujetos múltiples y diversos (ya para afirmar la prioridad de la clase obrera entre ellos, ya para tratar de construir alguna síntesis entre sus agendas y demandas). En cambio, empieza por reconstruir el sujeto de la totalidad social moderna en su lógica básica: el capital. Su pensamiento es, ante todo, una teoría crítica del capital. Pero no como una teoría “economicista” que afirme que las relaciones de producción determinan la política. Tampoco como un determinismo tecnológico centrado en el desarrollo de las fuerzas productivas. Postone formula una teoría del capital como sujeto en el marco de un análisis de las formas de mediación social modernas. Su tema central es la especificidad histórica de la modernidad del capital.

   Las relaciones sociales en el capitalismo toman la forma de compulsiones anónimas, abstractas y objetivadas. Las sociedades precapitalistas se caracterizan por estructurarse a través de relaciones sociales abiertas, es decir, relaciones manifiestas de dependencia directa entre individuos o grupos. El vínculo social está allí tejido a partir de relaciones sociales que aparecen como tales, donde muchas veces la tradición u otros factores legitiman de manera abierta los vínculos de dependencia entre grupos y personas. En cambio, el capitalismo se caracteriza por un retroceso general de los lazos de dominación personal, que son reemplazados por vínculos anónimos, abstractos y objetivos. Las personas en el capitalismo se relacionan a través de un mediador impersonal que es el trabajo. La teoría crítica madura de Marx, según Postone, no es una teoría económica en sentido restringido. Por el contrario, se trata de una teoría general de la sociedad moderna como tal, centrada en el tipo de vínculo social que caracteriza al capitalismo.

   El trabajo en el capitalismo tiene un carácter dual, correlativo a la dualidad expresada por la forma mercancía. Aquél genera una doble forma de objetivación verificada, de un lado, en la producción de formas concretas, determinadas cualitativamente y, del otro, en la producción de formas abstractas, relativas a tipos de relaciones sociales específicas. El trabajo capitalista resulta simultáneamente individual y social. Esa dualidad se expresa como la necesidad que tiene cada productor, no sólo de producir, sino de relacionarse con las actividades productivas de los demás individuos. El trabajo de cada quien se constituye como mediación ineludible y recíproca respecto de un indiferenciado otro social (se produce socialmente pero no para un alguien específico). La producción para sí depende necesariamente de la producción mediata para ese otro. El trabajo abstracto es la forma del trabajo socialmente necesario para la reproducción de las relaciones sociales capitalistas; la función de aquél es la de reproducir la configuración social que hace que los productores produzcan de manera privada o autónoma, y no obtengan la confirmación de la utilidad social de sus respectivos trabajos sino a través del intercambio de sus productos en el mercado. El trabajo creador de valor aparece así como una forma históricamente específica de nexo social, circunscrita al capitalismo. “La crítica social del carácter específico del trabajo en el capitalismo es una teoría de las determinadas formas estructuradas por, y estructurantes de, la práctica social que constituyen la sociedad moderna en sí” (Postone, 1993: 67).

   Este planteo permite superar las limitaciones del marxismo heredado. Postone sitúa estas limitaciones en la ineptitud del marxismo tradicional para proseguir la crítica del capital ante las formas capitalistas reguladas políticamente, como el Estado benefactor. Desde nuestro punto de vista, su teoría tiene un significado incluso más profundo. Releer la teoría crítica madura de Marx como una interpretación general de las formas de mediación social permite elucidar los múltiples conflictos de la sociedad moderna desde el punto de vista de la teoría crítica del capital. Según esta teoría, la modernidad del capital está atravesada por una dualidad constitutiva. De una parte, el capital hace retroceder los lazos de dominación personal, lo que lleva a pluralizar las formas del vínculo social. Rotas las formas personales de dependencia, las personas. Sin embargo, y contradictoriamente, la sociedad capitalista tiende a una homogeneidad sin precedentes. El capital se erige como sujeto global de la vida en común de las personas, impostando su propia dinámica ciega y autonomizada por sobre las decisiones y los conflictos contingentes de los particulares. Lo que constituye al capital en una forma de dominación es su lógica de auto-mediación o auto-posición ciegas, autonomizadas de los particulares.

   El capitalismo, para Postone, no puede definirse como una realidad “económica” en sentido restringido, que luego tendríamos que vincular con la cultura o la ideología. El concepto de capitalismo de Postone mienta la mutación de las formas sociales de mediación, que tienden a pluralizar (retroceso de la dominación personal) y homogeneizar (alzamiento del capital como sujeto social) simultánea y contradictoriamente las relaciones entre las personas, multiplicando las posibilidades del individuo y su autonomía y al mismo tiempo sometiéndolos a todos al movimiento auto-fundante de un sujeto ciego y fetichizado. El planteo de Postone nos permite delinear una teoría de los nuevos antagonismos sociales de franca inspiración marxiana.

Marxismo, totalitarismo y democracia

   Ahora vamos a analizar otro aspecto importante del pensamiento de Postone: su reconstrucción del capital como sujeto de la totalidad social en la modernidad. En años recientes hemos asistido a la sospecha generalizada de que el marxismo sería en sí mismo un modo de pensamiento totalitario. Aquí se juntan aspectos teóricos y políticos. La asociación del marxismo con el totalitarismo tiene una raíz evidente en los desastres históricos de las experiencias nominalmente comunistas construidas durante el siglo XX. Estas experiencias, como la vieja Unión Soviética, no sólo fueron incapaces de medirse exitosamente con los países abiertamente capitalistas en la disputa de poder, sino que pronto quedó en claro que no ofrecían alternativas superadoras en términos sociales y políticos. Nuevamente, para procesar esta herida histórica del marxismo del siglo XX, el pensamiento de Postone ofrece algunas claves de importancia.

   El marxismo tradicional perdió su capacidad crítica y explicativa ante fenómenos como el capitalismo administrado estatalmente de los tiempos del pacto social keynesiano y el totalitarismo estatista soviético. En ambos casos, según Postone, nos encontramos con una tendencia a regular políticamente las exigencias de la producción social capitalista. La crítica marxista tradicional tiene una relación unilateralmente afirmativa con la producción industrial moderna y el trabajo proletario, limitándose a cuestionar la distribución desigual de sus productos bajo la anarquía del mercado. Según esta crítica, la superación del capital es la realización del proletariado moderno, que debería asumir el control de la distribución social, suplantando al mercado y superando la explotación de clase de la burguesía. Esta forma de comprender el capitalismo (cuestionarlo desde el punto de vista del proletariado constituido) conduce, según Postone, a los atolladeros del marxismo tradicional de posguerra, incapaz para formular una crítica históricamente adecuada al capitalismo regulado estatalmente. Intentando trascender estas dificultades, Postone nos invita a leer en Marx una crítica del trabajo en el capitalismo, lo que significa que el trabajo es el objeto y no el sujeto de la crítica social radical. Esto implica cuestionar la producción social capitalista y no solamente la distribución de los productos o la explotación. Esta crítica es adecuada al capitalismo como tal, abarcando tanto sus fases librecambistas como de regulación estatal. Experiencias totalitarias que suprimen o regulan el mercado en un marco nacional, pero guardan continuidad con el trabajo proletario y la forma de producción moderna, como la Unión Soviética, son por ende objeto de la crítica social de la modernidad capitalista tanto como los Estados donde el mercado y la propiedad privada permanecen en pie.

   Con respecto al problema del totalitarismo, sin embargo, pensamos que el pensamiento de Postone es (de nuevo) incluso más importante en sus implicancias que en su letra explícita. Postone no sólo produce una formidable crítica de los Estados totalitarios nominalmente “comunistas”. Ofrece una relectura filosófica del concepto de totalidad que es importante para las implicancias y presupuestos más profundos del debate, que hacen a la cuestión democrática en el marxismo. En efecto, en especial desde las tribunas del posestructuralismo y el posmarxismo, se ha lanzado una diatriba general contra la vocación totalizante del marxismo. Esta corriente de pensamiento (Claude Lefort puede considerarse como un exponente paradigmático de este tipo de crítica) sostiene que el marxismo sería totalitario en el nervio de su ontología social, constituyendo una continuidad con las metafísicas centradas en el sujeto que caracterizaron a la filosofía de la modernidad. Al pretender superar las escisiones del ser social en la modernidad y realizar una democracia absoluta, donde la sociedad liberada de mediaciones políticas se encontraría plenamente a sí misma en la vida colectiva, las categorías básicas del marxismo encerrarían la semilla del desastre totalitario. Todo el proyecto de la crítica social radical, con su pretensión de realizar una sociedad transparente, superadora de toda alienación y centrada en un sujeto global que se pone o media a sí mismo (el proletariado o la humanidad emancipada), desconocería las marcas de escisión, opacidad e irreductibilidad al sujeto propias de cualquier sociedad pluralista y democrática. Contra la desmesura del marxismo y su pretensión de realizar una totalidad social, sería necesario mantener una crítica social acotada en sus miras, ya que el proyecto de superar el capitalismo encerraría como tal una pretensión totalitaria, encerrada en los presupuestos filosóficos de su teoría del sujeto y su ontología social.

   Frente a este tipo de cuestionamiento de la filosofía política al marxismo, Postone realiza una operación intelectual indispensable, que puede considerarse deudora de los momentos más lúcidos en el pensamiento de Th. W. Adorno. Se trata de una inversión en la naturaleza teórica del concepto de totalidad, pasando de un concepto afirmativo a uno crítico. El capital, según su relectura de Marx, compone efectivamente una totalidad social. La mediación social fundada en el trabajo tiene la lógica y dinámica características de una “sustancia” auto-moviente. Pero la organización de las relaciones capitalistas como totalidad coincide con su naturaleza alienada y opresiva. Que el capital es sujeto de la totalidad social significa que se ha independizado de los particulares, dotándose de una vida propia (dada por la lógica de la valorización) que se imposta sobre las personas y sus decisiones, imponiendo una lógica social ciega e incontrolable por ellas.

   El capital es el único sujeto global que se media o pone a sí mismo en una lógica ciega, regida por leyes propias y ajena a los particulares. De ahí que la categoría de totalidad es crítica y no afirmativa: la ampliación de la libertad humana supondría la abolición, no la realización, de la totalidad social en cuanto mediada por el capital. Esto sitúa sobre otras bases la discusión con el posestructuralismo. Marx, según Postone, no nos insta a “realizar una totalidad” centrada en el trabajo, el proletariado o la humanidad redimida. En cambio, nos provee de una formidable crítica de la totalidad constituida efectivamente en torno al capital. Superar el capitalismo significa abolir las constricciones sistemáticas que se imponen sobre el reino de la contingencia y la política bajo la égida del capital como sujeto de la totalidad. La contingencia, la apertura del horizonte democrático, el cuestionamiento de las formas sociales dadas y la interrogación crítica de la sociedad con respecto al estado de sus formas dadas, entonces, debe ponerse como una meta social para un mundo postcapitalista. El “marxismo” de Postone no quiere suprimir las marcas de diferencia y heterogeneidad en la sociedad para erigir un sujeto investido míticamente de totalidad. Por el contrario, quiere abolir la totalidad capitalista existente para profundizar el horizonte de la democracia, la contingencia y el pluralismo.

Marxismo, progresismo, eurocentrismo

   Vamos ahora a un tercer punto de la actual “crisis del marxismo”. En particular desde los pensamientos decoloniales y postcoloniales se ha cuestionado a esta tradición por constituir, presuntamente, una filosofía de la historia eurocéntrica, que circunscribiría el conjunto de la historia humana a una visión de progreso reduccionista funcional para justificar las agresiones coloniales y neocoloniales de los Estados del centro global. Nuevamente, esta crisis tiene aspectos teóricos tanto como políticos. En términos teóricos, la filosofía de la historia y la idea misma de progreso son duramente cuestionadas hoy, en especial desde el posestructuralismo. La atención a la alteridad cultural ha descentrado la auto-representación de Europa como el pretendido sentido y destino de todas las sociedades, desquiciando la narrativa según la cual todo el mundo caminaría una misma senda de progreso preestablecida, sólo que los países de la periferia lo harían con más lentitud y llegando más tarde a repetir el mismo proceso de modernización que los países del centro. En términos políticos, el siglo XX fue una bofetada en la cara de las autorrepresentaciones pedantes de la mentalidad europea y occidental. Una vez que los campos de concentración y las guerras mundiales fueron protagonizadas por los “más avanzados” Estados modernos, la idea de que la historia se mueve por una lógica interna orientada hacia lo mejor se vio desmentida en la práctica. Al mismo tiempo, los procesos de liberación nacional y construcción de formas de autodeterminación política moderna en las periferias cuestionaron la pretensión de los países del centro de constituir la vanguardia de la modernización histórica. Los estados periféricos construyeron sus versiones de la modernización en parte copiando esquemas políticos del centro, pero en parte conquistando su propia autonomía política y organizativa. Después de los procesos de descolonización, la idea misma de que el centro global es “más avanzado” en términos de un progreso histórico preestablecido ha caído en un descrédito importante.

   En el escenario que relatamos, el marxismo no puede seguirse pensando como una filosofía de la historia en clave de progreso, especialmente como ese determinismo tecnológico productivista que se autodenominó “materialismo histórico”. Acá, de nuevo, Postone se presenta como un “marxista” clave que, lejos de defender el historicismo del marxismo tradicional, elabora una reinterpretación innovadora que rompe radicalmente con toda filosofía de la historia universal. No parte de un concepto de progreso que valdría para toda sociedad sino de una crítica históricamente determinada de la lógica del capital. Las transformaciones en las formas de mediación social que dieron lugar al capitalismo como tal son contingentes en su origen histórico: el capitalismo se gestó a partir de procesos espontáneos, cruces aleatorios no determinados por el desarrollo de las fuerzas productivas u otra lógica preestablecida. El pensamiento de Marx no es una teoría transhistórica de la historia. Sin embargo, una vez instituidas las formas de sociabilidad del capital, éstas poseen efectivamente un dinamismo intrínseco y característico que opera como lógica inmanente de lo social. Las categorías de Marx son, en esta relectura, históricamente específicas.

   La teoría del valor de Marx no se refiere a las propiedades únicas del trabajo en general sino a la especificidad histórica del valor como forma de riqueza en el capitalismo. El valor abstracto y el peculiar trabajo que lo crea están en el corazón de las estructuras fetichizadas que motorizan la dominación social en el capitalismo. En esta sociedad, las relaciones entre las personas lo son de un modo peculiar: se han convertido en algo cuasi-objetivo y autónomo con respecto a los individuos. “Lidiamos con un nuevo tipo de interdependencia, uno que emergió históricamente de manera lenta, espontánea y contingente” (Postone, 1993: 148). Los conceptos de sujeto y totalidad, pero también de valor, trabajo y mercancía son históricamente determinados para Postone. Lo anterior significa que la “historia” como proceso global es a su vez históricamente determinada. Las estructuras temporales dinámicas y unitarias, que hacen del desarrollo histórico un proceso aparentemente global y direccionado, sólo existen en la sociedad capitalista. Sólo hay unidad del proceso histórico bajo los presupuestos sociales del capitalismo, las formas de mediación fundadas en el trabajo y el movimiento recursivo del capital como valor que se valoriza. “Esta explicación social históricamente específica, de la existencia de una lógica histórica rechaza cualquier noción de una lógica inmanente de la historia humana, como otra proyección sobre la historia en general de las condiciones de la sociedad capitalista” (Postone, 1993: 258). A la luz de la interpretación postoniana, la noción marxiana de una lógica intrínseca del desarrollo histórico no es ni meta-histórica, ni afirmativa, sino eminentemente crítica, y está circunscrita a la inmanencia de la sociedad capitalista. Es el despliegue históricamente específico del capital y de sus formas mediadoras el que propiamente constituye la historia como proceso global que posee una lógica “objetiva” independiente de los particulares.

Modernidad, tiempo, tecnología

   En este punto nos interesa destacar a Postone como teórico de la modernidad. En general, creemos que las teorías sociales actuales se debaten entre dos clases de perspectivas unilaterales sobre la sociedad moderna: ésta aparece ya definida básicamente como una forma de dominación, ya como el resultado de un progreso histórico. En un caso se enfatiza que la modernidad del capital habría implicado la desposesión de las comunidades precapitalistas, la proletarización de las masas campesinas, la construcción de nuevas formas de violencia sobre las mujeres, la naturalización de un nuevo racismo y un nuevo colonialismo, etc. Se busca entonces correr el velo a las pretensiones de legitimidad de la modernidad, que se quiere precursora del progreso histórico, mostrando que ésta encerraría en verdad formas de dominación enmascarada. En el otro caso, en cambio, se insiste en que la modernidad es efectivamente resultado del progreso en cuanto provee los marcos normativos (la igualdad y la libertad de los universales modernos) que permiten la crítica a toda forma de dominación. Este debate, a su turno, se traslada al problema de la técnica moderna. De un lado, una parte del sentido común expresa importantes sospechas hacia la técnica moderna como tal, creciendo la idea de que las formas precapitalistas de vinculación concreta con la naturaleza serían más auténticas, más sanas, menos opresivas, etc. Del otro, y esto en particular en buena parte del marxismo tradicional, se piensa que el desarrollo de las fuerzas productivas es en sí mismo un factor de progreso histórico tendencialmente anticapitalista. Postone, desde nuestro punto de vista, evita estas posiciones unilaterales. En cambio, pone el eje en el carácter contradictorio de la modernidad del capital y su dinámica tecnológica. Considera al capital al mismo tiempo como opresivo y posibilitador. Su teoría crítica, entonces, es reflexiva en virtud de la contradicción entre las posibilidades emancipatorias que el capital encierra y las estructuras de dominación que regenera.

   La dinámica temporal inmanente del capitalismo, que es históricamente determinada, permite aprehender esta dualidad de dominación y potencialidades liberadoras. Las compulsiones sistémicas impuestas por el capital empujan a rápidos incrementos en el desarrollo tecnológico y al sostenimiento de un crecimiento permanente de la productividad. Sin embargo, esto no se traduce directamente en la producción de mayores cantidades de valor. La tendencia hacia el incremento de la productividad del trabajo implica una continua reconstitución del suelo temporal del valor (una continua transformación del tiempo de trabajo socialmente necesario) con el que deberán cumplir en adelante los productores. El incremento de la productividad del trabajo no se traduce en una modificación de la medida temporal del valor, la cual siempre se mantiene idéntica a sí misma. La lógica del capital genera una suerte de compresión del tiempo en virtud de la cual cada unidad de tiempo abstracto se transforma cualitativamente, haciéndose más densa, concentrando mayores niveles de actividad productiva en unidades que permanecen fijas e inalterables (Postone, 1993: 288). La temporalidad capitalista es dinámica en términos históricos concretos (variaciones respecto de las posibilidades de incrementar la producción de riqueza material), así como respecto de los niveles de producción de valor, dada la exigencia continua de disminuir los promedios temporales de producción material.

   La dinámica del capital implica que el trabajo directo se torne cada vez menos relevante en la producción de riqueza material (no así de valor), que empieza a depender cada vez más de la tecnología. La generación de riqueza y la de valor entran en contradicción. La producción capitalista, que permanece basada en el trabajo, genera las condiciones para su abolición. La sociedad del trabajo, hoy en crisis, gesta en su propio proceso las condiciones de posibilidad para una sociedad no regulada por el gasto de trabajo y que ya no forzara a las personas a la condena del trabajo proletario. Es en el seno de esa contradicción que Postone plantea la posibilidad de una disrupción histórica que haría posible el cumplimiento de las potencias emancipatorias constituidas y negadas en la inmanencia capitalista. A pesar de su aparente clausura y coactividad, a la totalización social operada por la modernidad del capital le subyace un momento potencialmente progresivo, un momento de apertura de posibilidades sociales emancipadoras. La irrupción históricamente contingente del capital significaría no sólo la emergencia de un tipo de dominación cósica y sistémica, sino una oportunidad históricamente inédita para pensar en la posible existencia de una humanidad emancipada.

Coda: el individuo social

   Dentro del análisis postoniano, la idea de una ruptura frente a la lógica del capital implicaría que el tiempo, liberado de la mediación unilateral del trabajo, no se encontraría ya situado en una posición antitética respecto de las personas, sino que, por el contrario, se convertiría en una cualidad de uno y el mismo proceso de autorrealización social e individual. Una vez el trabajo en su forma inmediata ha dejado de ser mediador social universal, la relación entre tiempo y riqueza se transforma. Concomitantemente a la abolición del trabajo productor de valor, la función dominante y mediadora del tiempo abstracto decrece, y el ímpetu de auto-medición es negado.  El tiempo excedente, convertido en plustrabajo por el capital, deja de ser condición para la creación de la riqueza. Debido a que esa reducción del tiempo de trabajo no significaría la intensificación de las condiciones de trabajo, el excedente de tiempo no se destinaría al proceso social productivo de forma unilateral (como productivo “para” el capital), sino que podría ser apropiado singularmente por cada individuo. La idea de una sociedad post-capitalista supondría pues una mutación de la forma que asume la riqueza, inescindible de una transformación del tiempo. Ya la fuente de la primera no sería el trabajo inmediato de los seres humanos, sino “la apropiación por parte de la gente de los poderes y conocimientos que habían sido históricamente constituidos de manera alienada” (Postone, 1993: 31). En este escenario, la riqueza ya no se define por su carácter abstracto y cósico, sino a partir de la categoría de tiempo disponible, comprendido como la reapropiación del tiempo superfluo que el capitalismo reconducía necesariamente a la producción. El referente temporal deja de ser la sociedad como momento heterónomo, para serlo el propio desarrollo de lo que Marx denomina individuo social, comprendido como la superación de la oposición capitalista entre individuo y sociedad, un individuo que puede existir como un ser que se desarrolla multilateralmente.

   La superación del capital implicaría negar su lógica alienada, que permitiría un desarrollo consciente y autónomo de la humanidad. Tal superación significaría que el tiempo no es ya una necesidad para los seres humanos. Antes que enfrentados a él, estos estarían en condiciones de reapropiárselo. Esa disrupción histórica abriría una posibilidad de realización socio-individual del ser humano, ahora no reproducido dentro de los estrechos marcos de la productividad, sino como alguien que puede realizar abiertamente sus disposiciones creadoras, sin otro presupuesto que el desarrollo histórico antecedente. La diferencia entre la forma de constitución social capitalista y un modo de vida social emancipado representa, entonces, el paso de un ser social, estructurado pseudo-ontológicamente, hacia uno efectivamente dinámico y en continua transformación.

   Con la abolición de la forma abstracta de la riqueza, la sociedad podría integrar la tecnología en el proceso de producción de una forma no reducida a la finalidad unilateral impuesta por el valor, sirviendo directamente a los productores. Ese tiempo disponible que se abre para la realización del individuo, lo transformaría en “otro sujeto” que, como tal, se relacionaría con el proceso inmediato de la producción. Este nuevo sujeto se comporta frente al proceso productivo como “supervisor y regulador” del mismo. A los ojos de Postone, el progreso ahora no puede ser concebido como el mero despliegue unilateral de las fuerzas productivas, sino como la efectiva realización de la individualidad, posibilitada por dicho despliegue, pero liberado de la carcasa impuesta por el capital. El despliegue de las fuerzas productivas deja de ser un fin para convertirse en medio, en una fuente potenciada por el desarrollo capitalista, pero susceptible de ser reapropiada hacia la realización de los potenciales socio-individuales. En términos concretos, la tecnología ahorradora de trabajo (que en su forma actual perfecciona el control capitalista en los talleres y genera desempleo) podría permitir minimizar el trabajo tortuoso, reducir el tiempo dedicado socialmente a actividades grises, embrutecedoras y carentes de sentido y conquistar el tiempo libre. De esta forma, producción material y desarrollo individual se convierten en momentos simbióticos de una forma de existencia social no sometida al capital, en cuyo seno el proceso productivo deja de subsumir a los seres humanos, para ser puesto al servicio de la realización humana.

   La dinámica temporal del capital, partido entre una temporalidad abstracta-homogénea (la hora de trabajo abstracto como medida siempre restituida) y una temporalidad histórico-concreta (la densidad de riqueza material producida por hora de trabajo) es lo que habilita la crítica inmanente. Esta crítica apunta hacia la abolición del trabajo como forma de mediación social, es decir, al fin de la sociedad regida por las compulsiones ciegas de la producción para el valor.

Bibliografía

Adorno, T. W. (2004) Escritos sociológicos I, Madrid, Akal.

Lefort, C. (1990) La invención democrática, Buenos Aires: Nueva Visión.

Postone, Moishe (1993) Time, Labor and Social Domination. A reinterpretation of Marx´s Critical Theory, Cambridge, Cambridge Uniersity Press (todas las citas son de traducción propia).

Postone, M. (2009) History and heteronomy. Critical Essays, Tokio, UTCP.

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